La importancia de pegar un golpe sobre la mesa y reafirmarse

Sé que algunos lectores estarán pensando, tras los acontecimientos de la otra noche, que tengo mucho morro por venir aquí al «blog» y darles lecciones sobre políticas y cómo entenderla. Creo que entenderla dista mucho de practicarla. En todo caso, el entendimiento que yo voy a proponer aquí viene de la práctica — no de un aula, y tiene mucho que ver con tener un morro que me lo piso-algo poco habitual entre la manada de jovenzuelos desideologizados que pululan por el país en estos tiempos del piercing y el tatuaje, la comida rápida y el «fast food» intelectual que ofrecen personajillos como Losantos, Gabriel Calzada, y César Vidal. Sí sí señores: ya sé que a muchos de ustedes no les gusta cuando agredo a sus referentes ideológicos pero ¿creen que me importa? A mí no, desde luego, no, no me importa y creo que es mi deber. Bien, hablemos sobre la política y eso de tener mucho morro.

Una persona con «mucho morro» piensa de si mismo que es más importante de lo que realmente es. Pero ¿cómo sostenemos eso? ¿Qué importancia tengo y qué importancia tenemos? Esta es la pregunta central en la política. La política es realmente una cuestión sobre quién merece ser más importante: ¿qué líder, de qué partido, con qué ideas? La política asume que el «concurso» para ser importante es importante; en un sentido más grande, supone que los seres humanos son importantes.

La Ciencia Política de hoy evita esta cuestión. Realmente hoy los politólogos se preguntan sobre los beneficios inmediatos que obtenemos: qué, cuando y cómo. Debería ser QUIÉN — ¿qué piensas que eres y por qué eres tan importante para merecer lo que logras obtener? Los poetas, en general, y los filósofos tienen la respuesta o al menos intentan acercarse a una idea general; la ciencia no tiene respuesta. Hoy, la Ciencia Política intenta ser «científica» como si fuera una ciencia natural y por eso ignora esa pregunta sobre la importancia. La «verdad» científica es objetiva y no hace excepciones y en general está enemistada con la cuestión sobre la importancia. Los científicos pueden ganar premios, y sus países pueden sentirse orgullosos de ellos, pero eso de la importancia está fuera de la ciencia porque la ciencia es en general una empresa colectiva y anónima.

Los seres humanos y sus asociaciones siempre tienen una etiqueta y de esa forma mantienen su carácter individualista. Para el ser humano, nuestras diferencias nos resultan importantes — lo suficientemente importantes como para separarnos. Para algunos de nosotros, no resulta cómodo sentarse en una mesa donde haya un colectivo muy mixto: negros, chinos, gays, rockeros. Para otros, una mesa de cenar como la mía sería una aberración: demasiado clásica y austera y homogénea. «Tener un nombre», se suele decir, o «tener reconocimiento» es hacerse importante. Las agresiones a nuestro honor o dignidad es señal de un menosprecio que para muchos resulta intolerable porque en general tiende a provocar que otros piensen en términos negativos o más negativos sobre el «yo», sobre nosotros. Claro está, que me refiero a que valoramos lo que las personas que valoramos piensan de nosotros. ¿Es importante esto? Sabemos que por lo general, al ser humano le gusta pensar que es importante de alguna forma. Es necesario para vivir responsablemente — ¿cómo podemos cumplir nuestros deberes si no están asociados a nuestro nombre? Estoy seguro que si alguno de ustedes limpia su casa, no le gustaría que alguien le de ese reconocimiento a otro. Imagínense la reacción, por ejemplo, de algún científico aquí, si hoy descubre algún fármaco importante y en vez de reconocérselo a él, me lo reconocen a mí.

Hoy quiero ofrecer dos ideas para mejorar nuestro entendimiento de la política. 1) Hay que recuperar la idea del «tumos» que vemos en Platón y en Aristóteles, que hace referencia a una parte del alma que hace que insistamos en nuestra propia importancia. El «tumos» es psicología o biología, pero ha sido expulsado de la ciencia moderna, a pesar de que el «tumos» sigue estando presente en la historia de la ciencia. 2) La utilización de nombres — adecuados para la literatura pero ajenos a la ciencia. La literatura contiene personajes con nombres, lugares específicos, fechas y épocas. La literatura en general respeta y utiliza los nombres, a diferencia de la ciencia.

Hablemos ahora del tumos desde una observación elemental. La política tiene que ver con lo que nos enfada, y no tanto con lo que queremos. Nuestros deseos no importan, pero más bien porque sentimos en general que merecemos esas cosas por derecho y nos enfadamos cuando no es así. Muchos «pobres», por ejemplo, no se quejan por no tener un plato de lentejas para comer — es decir, no se quejan de sus carencias — más bien se ofenden o se enfadan porque piensan que un plato de comida es un derecho, que «deben tener al menos eso.» En nuestra democracia, la política generalmente tiene que ver con el sentido de que algún colectivo o persona piensa que no se les está tratando en «igualdad» con el resto. El movimiento feminista y homosexual son dos ejemplos modernos. Esos movimientos se iniciaron porque querían «igualdad» de honor y de respeto, y no porque quisieran algún beneficio «extra», a pesar de que muchas veces ese es el resultado del igualitarismo radical. Nadie se preocupa por los deseos de los ricos o por el deseo de tener una sociedad menos igualitaria. En nuestra democracia «liberal» se tolera a los «ricos» y permitimos cierta desigualdad en la práctica, que no en principio. Pero en general, los ricos no pueden enfadarse salvo si se les viola algún derecho democrático.

Uno siempre puede ver quién controla una sociedad observando quién puede enfadarse y por qué razón en vez de intentar observar cuantos beneficios netos obtiene tal o cual grupo. Los inmigrantes de color (del Tercer Mundo), los homosexualistas y las mujeres quieren beneficios únicamente para obtener cierta «igualdad», y no tanto para «poder comprar más cosas.» Hoy, en general, la palabra más «pecaminosa» en este país es «discriminación» — hay una manía extendida por simpatizar con los «débiles» y las «victimas de la discriminación.» Yo no sé si será porque soy perverso (pienso que sí) pero nunca he llegado a simpatizar con una persona «discriminada» por ciertos motivos. ¿Seré un hereje?

Esta tendencia moderna se llama «políticas identitarias» en la moderna ciencia política. Ilustra una tendencia hacia lo abstracto y hacia intentar evitar nombres concretos. El otro día oí una frase tonta de una gorda fracasada hablando con un grupo de inmigrantes en el Rodilla de la Puerta del Sol. Dijo así: «No sois de España, pero España os quiere por igual.» Si es tan importante ser español, ¿cómo es posible que «España» te acepte si no lo eres? Con el honor también está la vergüenza de la deshonra. La política no es una cuenta de inversiones: es una serie de victorias y derrotas donde cada victoria de un «bando» es una derrota para el otro «bando.» Cierto, también, que la serie nunca termina en una victoria final. La izquierda jamás va a «derrotar para siempre» a la derecha y vice-versa, al igual que no hay una guerra final y ni hay campeonato final de fútbol. La política, al igual que el deporte y la guerra, nos aporta ganadores y perdedores, orgullo y decepción, resentimiento o vergüenza, y no porcentajes negociados de poder.

El «auto-estima» o «auto-satisfacción» o «poder» tiene mucho que ver con el concepto moderno del «yo», que tiene una historia que podemos ver sus inicios en el siglo XVI. Yo no entraré en eso. Es la versión moderna del «alma». En el mundo antiguo de Platón y Aristóteles, el alma tenía que ver con lo que nos mueve a tomar acciones decisivas y también con nuestros pensamientos. ¿Qué es lo que nos provoca a pensar? ¿Cuando es necesario actuar y cuando es necesario reflexionar? Ahí es cuando la ciencia se pone nerviosa.

¿Por qué? La ciencia quiere superar la discrepancia que existe entre la práctica y la teoría para poder hacer uso de la teoría. Por ejemplo, para que el descubrimiento del ADN pueda ser utilizado. La ciencia quiere sus propios frutos y no tolera ninguna duda acerca de si esos frutos son necesarios, buenos o malos. Si tienes dudas sobre cómo utilizar el ADN, ese es tu problema; no es la labor de la ciencia cuestionar si el ADN debe emplearse en una investigación penal.

Quizás por eso muchos simpaticen con los inmigrantes obreros: quizás no sea noble huir de tu patria, pero es perdonable cuando en tu patria ganas 8 euros mensuales y aquí por el mismo trabajo cobrarías 1000 euros mensuales. Poca gente condenaría esa tentación porque piensan que ellos harían exáctamente lo mismo en circunstancias parecidas. Es posible que de manera artificial se haya generalizado el egoismo individual de cada persona hasta tal punto de hacernos pensar que todos nos comportariamos de la misma manera.

El tumos, por su propia naturaleza, es complicado. Puede atacar si esa es la única salida. Pero ¿acaso no es verdad que casi todos nosotros intentamos siempre separarnos del «yo» muchas veces? Quiero decir: ¿no es cierto que muchas veces nos comportamos haciendo cosas que son ajenas a nuestros deseos reales? ¿Quién realmente disfruta su trabajo? Casi nadie. ¿Quién realmente disfruta todas sus amistades y compañias? Casi nadie. En el «tumos» vemos nuestro lado bárbaro ya que los hombres (sobre todo los machos) muchas veces nos comportamos como perros. Precisamente aquí también vemos nuestra humanidad. Un ser humano no se limita a ladrar contra una amenaza: se enfada y reacciona por alguna razón o incluso hasta por una causa o principio abstracto. Los seres humanos somos los únicos en las especies que nos enfadamos. Cuando perdemos los nervios, intentamos buscar una razón que justifique nuestra conducta. Es imposible sentirse ofendido sin alguna razón — buena o mala, razonada o irracional.

¿Pero qué ocurre cuando aportamos ese razonamiento? ¿Qué hizo Aquiles cuando Agamenón le robó su chica-esclava? Aumentó sus posibilidades: ya no solo era que este robo era un mal, sino que el hombre equivocado estaba enseñoreándose de los griegos. Yo creo que hacen falta más hombres como Aquiles, y menos seres inferiores como Agamenón que solo tienen su linaje como aporte y que, por lo tanto, no les dan a los Aquiles los honores que se merecen. Aquiles se aprovechó de una demanda judicial sobre un acto privado para exigir un cambio de régimen y una revolución política. Obviamente no todas las querellas van tan lejos. Pero toda querella sí conduce en ese sentido: del enfado a la razón y finalmente a la política. Cuando hay una queja sobre alguna injusticia, tenemos una reclamación explícita para gobernar. Es una exigencia a los poderes públicos para que ajusten sus políticas a tu favor, y no solo como favor personal sino como principio general. La política tiene que ver con cambios, revoluciones — activas o latentes y no tiene nada que ver con estabilidad o equilibrios — a pesar de que la ciencia política hoy en día intenta utilizar términos mercantiles.

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