Señores: lo reconozco, tengo un espíritu inquieto. He experimentado muy de cerca todas las disidencias de esta época relativista, y al final acabé abrazando la ortodoxia con el fervor del hombre que ha descubierto su santuario, en Cristo. El universalismo, el neoconservadurismo, el fascismo, el catolicismo, el agnosticismo, y el patriotismo revolucionario me condujeron por caminos tortuosos, a la reacción contra el juicio dependiente y, en 1999, a Cristo. La complicada y sutil historia del Puritanismo en Norteamérica, no escrita aún satisfactoriamente, debe ser estudiada en su totalidad. He señalado, en repetidas ocasiones, la beneficiosa influencia del Puritanismo como elemento que conserva ese instinto tan norteamericano contra el autoritarismo estatal y creo que predijo su crecimiento. Muchos historiadores aun dicen que existe el «fantasma» de los puritanos en EEUU. Soy de la opinión por convicción de que la Cristiandad reformada es el único instrumento eficaz de conservación de la civilización. Saturado de especulaciones radicales en la primera parte de mi juventud y librado de ellas por el poder redentor del Salvador Cristo, comprendí este deber de conservación con base en un principio religioso. Ya hemos oído hablar bastante de libertad y de derechos del hombre; ya es hora de oír algo sobre los deberes de los hombres y los derechos de la autoridad. Así pues, perdonen mis «excesos» que algunos, en privado, tachan de «rancio puritanismo anticuado».
La obediencia, la sumisión a Dios es el secreto de la Justicia en la sociedad y de la tranquilidad en esta vida temporal, del mismo modo que es indispensable para la salvación eterna. Redimir a los españoles del sectarismo es, a la vez, tarea del reformador social inteligente y deber de la Iglesia; pues las instituciones políticas libres sólo estarán aseguradas cuando el pueblo esté imbuido de fe religiosa. La democracia más que cualquier otra forma de gobierno, descansa sobre el postulado de una ley moral, ordenada por una autoridad superior a la sabiduría humana. Pero,
¿En qué parte del liberalismo está la ley moral adecuadamente definida o dónde está su interpretación facilitada?
La buena voluntad no es bastante para salvaguardar la libertad y la justicia: estas falacias conducen al triunfo de demagogos y tiranos. Las pasiones de los hombres sólo son refrenadas por los castigos de la ira divina y por los tiernos afectos de la piedad. La soberanía divina lejos de reprimir la libertad, la establece y garantiza: la autoridad no es enemiga de la libertad, sino su vindicadora. Las mayorías se pueden proteger a sí mismas; las minorías carecen de protección excepto en el carácter sagrado y supremacía de la ley. La ley es el derecho tal cual el es: debemos estudiar el modo de mantenerlo así; y, si lo hacemos siempre inclinaremos nuestra influencia del lado equilibrado y nunca del radical. La Iglesia cristiana no tiene deseo alguno de mezclarse en los asuntos del Gobierno: se esfuerza simplemente en exponer las leyes morales a que obedecen los Gobiernos justos.
Las constituciones no pueden ser hechas como la española de 1978 puesto que las verdaderas constituciones duraderas son el producto de un lento crecimiento, la expresión de la experiencia histórica de una nación; en otro caso son meros papeles. Y, más aún en el caso español, papel mojado. El principio generador de todas las constituciones políticas es la divina Providencia y nunca la deliberada sabiduría o voluntad de los hombres. En Europa deben ser perpetuadas por la monarquía u otra institución correctiva e histórica porque la índole total de la existencia ha sido aquí moldeada por esas instituciones. Pero en los EEUU, no habiendo existido jamás realeza o nobleza como desarrollo originario, ni habiendo emigrado rey ni nobles y sí sólo hombres comunes, la constitución está modelada para adaptarse a una nación en la que los hombres comunes son el único orden estatal; por ello es la republicana la mejor forma de gobierno para Norteamérica, y los verdaderos conservadores norteamericanos lucharán para mantener la Republica en su pureza, obedeciendo estrictamente sus leyes, ajustándose estrechamente a su Constitución escrita. Ninguna institución humana es inmutable y las constituciones deben ser enmendadas y recompuestas una y otra vez; pero el reformador social no crea: desarrolla, restaura la salud, sabiendo que no puede modelar una nueva constitución de la materia prima de la humanidad.
Si dejamos de considerar todas las cosas como sagradas o venerables, despreciando todo lo que es viejo, no escaparemos este diluvio de cambio y este peligroso experimentar hasta que reconozcamos el principio de la autoridad: la autoridad de Dios.
El gran sector del pueblo de todas las naciones siente una invencible repugnancia a abandonar lo que conoce por lo desconocido. Ninguna reforma ni cambio alguno en la constitución de un Gobierno o Sociedad tendrá buen éxito, cualesquiera que sean las ventajas que prometa, a menos que tenga sus raíces u origen en el pasado. El hombre no es jamás creador: solo puede continuar y desarrollar, porque él mismo es una criatura, sólo una causa segunda. Un pueblo irreligioso, al negar la realidad de la Providencia, se condena al estancamiento.
Soy democrático y defiendo las libertades de todos los ciudadanos. No obstante, muy pocos de los que me rodean, creo, han sido tan congénitamente conservadores como yo, y han estado tan asentados en la tradición y han sentido tanto recelo hacia las innovaciones como yo. Volviendo al tema del puritanismo…aunque nacido de una rígida disidencia, el puritanismo pronto manifestó en Norteamérica un carácter más solícitamente ortodoxo, de acuerdo con sus propios cánones, que el relativamente suave anglicanismo.
Muchos me dicen: «¡Eres un puritano en pleno siglo XXI!» Si por puritano quieren decir que tengo un espíritu desplegado con una feroz perspicacia y candor, audaz, resuelto, laborioso, y ligado a instituciones políticas libres, introspectivo, pues sí, lo soy. Hoy, de hecho, iba a publicar mí tratado sobre la resistencia cristiana pero creo que esto es necesario para entender lo demás.
Hola Alfredo. Te vengo leyendo de otros blogs en los que participas. En muchas ocasiones (casi todas) contrastas los beneficios del protestantismo sobre el catolicismo, basándote generalmente en cuestiones puramente terrenales, como la creación de riqueza, conservación de la civilización, etc. No voy a entrar a discutir ninguna de estas supuestas ventajas (en algunas tienes razón, como en el caso de la riqueza, y en otras no), sólo quiero decirte que no puedes elegir una religión o, considerarla superior a otra, por el hecho de ser más beneficiosa en el plano temporal. Yo soy católico, y también he pasado por todo, desde simpatizante del Opus, de Falange, de EE.UU., del judaismo y hasta del Bushido japonés. Como comprenderás estoy ya de vuelta de todo. Siempre he intentado buscar la Verdad, pero nunca elegiría una religión por lo beneficiosa que pudiera parecerme para ganar dinero o tener éxito en esta vida. Bueno, sólo quería comentarte esto. Creo que fue Melanchton quien dijo que el Protestantismo era más conveniente, pero el Catolicismo más seguro.
Hola Miguel: yo personalmente reconozco los «beneficios» institucionales del catolicismo…es cierto que da más «seguridad.»
Yo creo que sería muy exagerado decir puramente «el protestantismo es superior a todo lo demás» y es cierto que hablo de cuestiones puramente terrenales y por supuesto, desde mi propia experiencia individual (limitada como es natural a los eventos que han contribuido a formarme y convertirme en lo que soy ahora).
En cuanto a lo de «elegir» una religión no sé muy bien a que se refiere: yo no quiero una religión nacional y tampoco quiero una unión entre Iglesia y Estado.
Gracias por pasarse por aquí