¿Qué ha pasado con las élites?

Durante gran parte de los siglos XIX y XX, el «establishment» protestante de EEUU dominaba absolutamente todo el terreno cultural y estructura de poder – nacional y global. Una pequeña red de hombres blancos, anglosajones y protestantes dominaba las universidades, el mundo de las finanzas, los «clubs» para la élites y hasta los puestos públicos.

En los últimos años, hemos visto cómo la «élite» se ha ido diversificando, sustituyendo a los protestantes. Hoy en día, es más probable que un negro o para poner otro ejemplo, el hijo de latinoamericanos nacido en España pueda ascender por sus notas, esfuerzo o inteligencia. Como incluso esto suele ser difícil para esos colectivos, hay leyes de «discriminación positiva» que facilitan el acceso de esta gente a puestos más altos o «respetables».

Sin embargo, a pesar de que esta élite «meritocrática» ha llegado a dominar las instituciones globales y estadounidenses (también en España hemos visto un fenómeno parecido), la confianza en ellos se ha desplomado. Hoy en día quizá haya más preparación educativa, pero no está claro que sean más listos o superiores que aquellos hombres «de buena familia blanca» que dominaban todo antes. ¿Acaso alguien diría que el Wall Street de 2012 funciona mejor que el de 1940? ¿Y el gobierno? Todos aquí me dirán que hoy en día la sociedad es más «justa» pero los resultados son mixtos. La «meritocracia» tan defendida por algunos no ha cumplido con sus promesas utópicas.

Creo que mis lectores más serios estarán de acuerdo conmigo en lo siguiente: El problema es inherente a la naturaleza de la meritocracia. Las nuevas élites pueden ascender quizá por notas, esfuerzo y mérito, pero para conservar su poder, se corrompen. Lo que hacen normalmente es facilitar la creación de sociedades muy desiguales (y no me refiero a una desigualdad deseable, como la salarial) y entonces complican todo para que los que estén por debajo no puedan llegar a esos puestos. La «meritocracia» facilita la oligarquía.

Os voy a dar un ejemplo que conozco muy bien: nunca he querido hablar aquí de mi colegio secundario porque mucha gente se lo tomaría a mal o pensaría que yo soy un «esnob» desconectado de las necesidades cotidianas de los españoles. No quiero dar el nombre de mi colegio secundario (los que me conocen ya saben cuál es) pero digamos que es un colegio interno muy conocido en Estados Unidos. Para que te admitan, necesitas sacar muy buena puntuación en un examen de admisión. Sin embargo, yo no voy a negar que los padres con más medios mandan a sus hijos a centros de preparación exclusiva para este examen y eso significa que es prácticamente imposible que un negro o latinoamericano pobre pueda tener acceso a este colegio.

Los jugadores de baloncesto llegan a ser estrellas por sus propios méritos, pero algunos consumen drogas para mantener su nivel. Los «hombres financieros» trabajan y estudian muchísimo para conseguir un puesto de trabajo en algún banco, pero entonces como hemos visto, algunos hacen trampa o apoyan todo tipo de leyes que sólo les beneficia a ellos.

Lejos de ser el sistema más «justo», la flamante meritocracia genera mucha más desigualdad y no funciona realmente. ¡Con razón es que uno de los rasgos fundamentales de nuestros tiempos es el fracaso de las instituciones!

Sin embargo, no podemos quedarnos con esa conclusión porque no es lo suficientemente analítica.

Lo cierto es que las élites hoy en día son ambiciosas y disciplinadas. Organizan a sus hijos también – se gastan mucho dinero y tiempo en actividades extraescolares: deporte, piano, tocar algún instrumento (todo esto, ojo, se da más todavía en EEUU pero en España se empieza a ver mucho). Trabajan muchas horas y casi nunca tienen días libres.

En EEUU y Reino Unido, existe una industria poderosa de centros de preparación para todo tipo de exámenes competitivos. La gran mayoría de la clientela de estos centros suele ser de clase media-alta.

La corrupción que hoy vemos en el mundo de las finanzas y otras profesiones «de calidad» no es tanto porque tengamos una meritocracia a secas sino por la cultura específica que la genera. Hoy en día, ninguna de esas personas se sentiría cómoda diciendo «soy de la élite».

Todo el mundo quiere pensar que es un «rebelde» «contra el sistema», un insurgente, por llamarlo así. Esta actitud es palpable en universidades de calidad como Harvard – no es nada raro ver a un compañero mío de Harvard sentado en una gran empresa hablando de los «malvados hombres blancos que roban recursos a los pobres no-blancos».

En consecuencia, la élite de hoy no es auto-consciente (o no quiere serlo) de lo que es y carece de aquellos sentimientos racistas, machistas y anti-semitas que la «élite WASP» de antaño si poseía. Ir a la Universidad de Harvard en 1912 era para hombres blancos privilegiados. Se enseñaba que los que tienen mucho privilegio también tenían GRANDES responsabilidades. Se vivía con austeridad absoluta – en Harvard se pasaba frío en los dormitorios y las habitaciones eran pequeñísimas. Todo esto te preparaba para las funciones rigurosas del liderazgo.

Lo mejor de la élite «WASP» (Blanca, anglosajona y protestante) es que tenían una mentalidad administrativa de función pública. Eran guardianes temporales de unas instituciones que estaban supuestas a durar siglos. Es cierto que fueron crueles también: cualquiera que no cumplía con los códigos de comportamiento de caballeros o morales era apartado y marginado. Era una población reservada, insular, cerrada, pero al mismo tiempo comedida, servicial y respetuosa.

La élite de hoy es más «abierta» y creativa pero no tiene estos códigos de líderes privilegiados. El lenguaje de «cómo puedo ganar dinero» ha sustituido el de la moral – cómo ser virtuoso.
Las empresas de Wall Street, por ejemplo, contratan a los jóvenes basándose en sus cerebros (resultados de exámenes y notas) y no su experiencia o carácter. Por eso, muchos de sus problemas nacen en ese mismo momento.

Vamos a extrapolarlo ahora a España, que nunca tuvo «WASPS» pero sí ha tenido élites mejores en algunas épocas. Si leemos las reacciones de los políticos y sus escándalos de corrupción, podemos sentir la misma sensación que sentimos cuando leemos los correos electrónicos de los escándalos financieros en Londres o Nueva York: gente muy malcriada sin ningún sentido «guardían» o institucional. No tienen ninguna conciencia del papel social que deben jugar.

No son pocos los que han criticado esto de la meritocracia llevada a extremos. Si sabes leer inglés, recomiendo un excelente libro para este verano. Acabo de leer este libro y es lo que ha provocado mi entrada.

En su última entrada, Pedro dice que si un marxista como Anguita y yo estmaos de acuerdo, «eso nos dará la prueba de que nuestro mundo político y las dualidades fantasiosas en las que creíamos están muertos».

Estamos de acuerdo porque es lo que ha ocurrido: este sistema actual nada tiene que ver con el capitalismo liberal que yo defiendo ni el gobierno limitado de pocos impuestos y responsabilidad individual, defensa de la patria contra ataques externos y limitación absoluta de la entrada de inmigrantes. Mi sentido de las cosas es el mismo que comenta Hayes en su libro – quiero una élite respetable, capaz de asumir su papel de responsabilidad social con la patria ante todo y con los españoles. No estoy en contra de la meritocracia como concepto, pero nada llevado al extremo es bueno.

¿Cómo es que hemos llegado al «extremo» en el que, al ver que Cristina Cifuentes, Delegada del Gobierno en Madrid, fue increpada y recriminada por españoles cabreados contra el Golpe de Estado que hemos sufrido, todos podemos solidarizarnos y decir juntos, «que se joda»?

Algo falla en la Democracia cuando todo el pueblo español, independientemente de las ideologías, vea el mismo enemigo y el enemigo no es nada más y nada menos que un gobierno actual ilegítimo, de ocupación. Las cosas tienen que cambiar radicalmente, porque me temo que la mecha ya está encendida.