Ciudadanía y Liberalismo (II): Conclusiones

Ayer decíamos que un buen ciudadano en un sistema liberal-capitalista y democrático no puede ser un buen ciudadano sin ser eficiente. Pero si su eficiencia no está regulada por un sentido moral, mientras más eficiente sea, peor será y mucho más peligroso para el cuerpo político. Coraje, inteligencia, y otras cualidades no sirven de nada si hablamos de hombres malvados o de hombres que demuestren una indiferencia absoluta hacia los derechos de los demás. Es importante que un hombre-ciudadano (y mujer) sepa ser moral y controlar sus instintos más animales para evitar que se desarrolle una eficiencia siniestra. Es profundamente equívoco juzgar a un hombre solamente por el nivel de su éxito en la vida; y si la gente desarrolla esta mala costumbre, y permiten y toleran la maldad y lo ilícito porque así ven que hay éxito, demuestran su incapacidad para entender que las instituciones libres descansan sobre el carácter moral de la ciudadanía y que no son dignos de ser libres si admiran la maldad.

Hay que recordar que no se debe ser un simple doctrinario dogmático. Este tipo de personaje no es útil en un país y el que promete cosas imposibles, como ha hecho en numerosas ocasiones un ciudadano perverso como Zapatero no solamente es un inútil sino también un elemento tóxico en una nación. Tampoco nos sirven los hombres puramente «prácticos» que luego son los mismos que desarrollan una actitud incrédula ante la moral y la decencia pública e ignoran los patrones sobre conductas aceptables en determinados ámbitos. Este tipo de criatura es el peor enemigo de un cuerpo político: el hombre sin ideología y sin ideales, el hombre-mecánico-robot — en castellano claro: el borrego.

CUIDADO CON EL INDIVIDUALISMO RADICAL

Tampoco señores: tampoco podemos permitirnos en el liberalismo la penetración de los doctrinarios de un individualismo extremo como tampoco los doctrinarios de un socialismo extremo. La iniciativa individual, lejos de desanimarnos, debe ser estimulada y, sin embargo debemos recordar que, a medida que un país y sociedades se desarrollan y se vuelven más complejas, encontramos continuamente que las cosas que una vez podíamos dejar a la iniciativa individual se lleve mejor a cabo con un esfuerzo común. Está muy bien ser individualmente anti-comunista, pero sin un esfuerzo colectivo que conlleve una lucha de la nación contra ese tipo de cosas, de poco vale serlo a nivel individual.

Yo soy fuertemente individualista por hábito personal, herencia y convicción, pero es una simple cuestión de sentido común reconocer que el Estado, la comunidad, los ciudadanos actúan juntos a veces y actuando juntos, pueden hacer una serie de cosas mejor que si fueran puramente individualistas. El individualismo, que encuentra su expresión en el abuso de la fuerza física se comprueba muy pronto en el crecimiento de la civilización, y que de hoy en día no podemos permitir un individualismo que pretende, a través de la astucia y la maldad, explotar a todo un país.

NO A LA MENTIRA

No debemos decir que los hombres son iguales en lo que no son iguales, ni procederá en el supuesto de que existe una igualdad donde no existe, pero debemos esforzarnos por lograr una igualdad realista en la medida de impedir una desigualdad que tenga su origen en el fraude o el robo. Abraham Lincoln, un hombre del pueblo llano, habló de la doctrina de la igualdad con su habitual mezcla de idealismo y sentido común. Abraham Lincoln no creía en una igualdad artificial sino que habían y hay ciertos derechos para todos los hombres por igual, sean del color que sean y entre ellos, esos derechos incluyen la propiedad y una representación adecuada y legal. De ninguna manera Lincoln creía en que eramos «iguales» en lo que no somos iguales: talentos, nivel de riqueza, desarrollo, aseo personal, et cétera. Si defendemos una igualdad para el vago, lo que hacemos es crear una nueva casta de privilegiados como ocurre ahora con la discriminación positiva para las mujeres y los inmigrantes de color.

Decir que el derrochador, el perezoso, el vicioso, el incapaz debe disfrutar de una recompensa dada por el Estado es una barbaridad inmoral. Vamos a tratar de subir de nivel, pero debemos tener cuidado con el mal de la igualdad a la baja, como ocurre ahora. Si un hombre tropieza, es bueno ayudarle a levantarse. Cada uno de nosotros necesitamos que nos echen una mano de vez en cuando. Pero si un hombre se acuesta y bebe como un alcóholico y consume drogas, es una pérdida de tiempo tratar de ayudarle, y es una cosa muy mala para cada uno si hacemos ver que esos hombres viciosos van a tener la misma recompensa económica a aquellos que trabajan y contribuyen al país.

El buen ciudadano exige libertad para sí mismo, y como una cuestión de orgullo, se ocupa de que otros tengan la misma libertad que tanto reclama como suya. Probablemente la mejor prueba de amor verdadero a la libertad en cualquier país es la manera en la que las minorías son tratadas. No sólo debe haber plena libertad en materia de confesión y de opinión, sino también libertad completa en la esfera puramente personal: vestimenta, por ejemplo. La persecución es mala porque es persecución, y poco importa si los perseguidos son de la mayoría o de una minoría. La persecución por motivos puramente políticos no tiene cabida en un país libre.

Cuidado con el político que apela a un sector de la población porque sea hóstil a otros ciudadanos y que les prometa favores a costa de una minoría. Poco importa si sus motivos sean teológicos, clasistas o racistas: el hombre que promete demasiado es un hombre poco fiable y casi siempre lo hace por su propio interés. Lo último que un ciudadano inteligente que se precie y respete un sistema democrático debe permitir es votar por un hombre que le prometa a un sector de ciudadanos privados algo que no se merecen a costa de los demás que paguen. Un ejemplo de esto ya lo tuvimos en las últimas elecciones generales cuando Zapatero prometió el cheque-bebe y vivienda subvencionada para los jóvenes.

Luego tenemos el terreno de las relaciones internacionales. Todos sabéis aquí que yo no soy favorable a un cosmpolitanismo tonto y progre. Creo que un hombre tiene que aprender a ser un buen patriota antes que pueda ser buen ciudadano del mundo. La experiencia me ha demostrado que aquellos que dicen que se sienten más amigos de la humanidad que de su patria son en general el principal enemigo del progreso y de la humanidad; el hombre que dice que no le interesa ser ciudadano de su país porque es «ciudadano del mundo» es, de hecho, muchas veces un elemento de los más indeseables que pueda tener un país en cualquier sitio donde se encuentre semejante individuo. Los comunistas son un ejemplo: son internacionalistas. Yo no me fío de un hombre que le resulte indiferente ser español o negro. A mí no me resulta indiferente esa diferencia y no me fío de nadie que me diga ser ciudadano del mundo: es más, me río en su cara y si esto fuera una selva sin ley, sin moral, y sin Dios, le escupiría en la cara. Un hombre puede simpatizar con otros países y con todo ser humano, intensamente, pero no debe temer que eso entre en contradicción con los intereses de su pueblo.

Por último, las Relaciones Internacionales:

Hay hombres que predican el bien y la paz; pero nunca deberían predicar la debilidad, ni la debilidad de un solo ciudadano ni la de su patria. Creemos, como liberales democráticos, en ideales muy dignos, pero no tan altos como para que resulte imposible realizarlos. Creemos en la paz; pero si la paz y la justicia entran en conflicto, aborrecemos del hombre que no defienda la justicia aún cuando el mundo entero malvado se le acerque para agredirle o a su país.

Un comentario

  1. valcarcel · ·

    Quisiera compartir aquí un par de datos con ustedes los más jóvenes — no se trata de estar siempre de acuerdo conmigo, sino de analizar con honestidad, serenidad y objetividad estos datos. Estas cifras que he tratado de analizar me llevan a la conclusión de que realmente tenemos un gravísimo problema de futuro — serias dificultades que emanan de la actual situación económica.

    Exportaciones de mercancías, de acuerdo al Informe del Banco Central:

    En 2008: 188184.3 de millones de euros (aquí no se incluyen los servicios, que más o menos se equiparan en gastos e ingresos).

    En 2009: 158254.1 millones. Es decir, el valor de las exportaciones en solo un año bajó 3 millones de euros y en lo que va del 2010 tenemos una cifra de: 73567.2 millones en exportaciones.

    De los EEUU, importamos:

    Nueces, equipo médico, motores industriales, ciertos equipos militares, coches y accesorios,
    equipo para las telecomunicaciones, y químicas orgánicas.

    Deuda externa (2009):

    2,410,000,000,000 (dólares) es decir: un 165% del PIB. Dicho de otra forma: si tuviéramos, cada español por cabeza, pagar mañana la deuda externa, nos costaría, por cabeza: 41.547,99 EUR (al cambio actual).

    Datos «sociales»:

    Tenemos casi un 20% de paro, 1 de cada 3 jóvenes abandona la educación secundaria obligatoria (esto según la OCDE)…

    Tenemos un nivel impresionante de economía sumergida, sub-empleo y remesas que entran de españoles viviendo en el extranjero.

    En España hay más de 8 millones de personas, aproximadamente 2.150.000 hogares, que viven en la pobreza. Representa a más del 20% de la población.

    4 de cada 10 pobres es menor de 25 años. 6 de cada 10 pobres extremos tiene menos de 25 años.

    (pobre es definido por la UE como aquellas personas que viven con menos del 50% de la renta media disponible neta.)

    Luego, tenemos el problema de la famosa generación «ni-ni» — ni estudia ni trabaja, viven con y de sus padres. ¿Qué harán cuando éstos mueran?

    Reflexionen sobre todo esto señores.

    Realmente vamos a tener que aprender a hacer mucho con poquísimo.

    Reflexionen: muchos de ustedes son unos analfabetos en términos políticos – hay que concienciarse, leer, leer y reflexionar, ver estas realidades, desarrollar medidas y atacar.

    Perdonen que me extienda pero todo esto es relevante para el tema de la ciudadanía. Les cuento una anécdota—realmente debería usar el vosotros, porque aquí muchas veces estamos entre amigos. Os cuento una anécdota de mi experiencia y espero que os sirva, a los más jovencitos, de algo.

    Realmente, cuando yo ingresé por primera vez en la Universidad de Columbia, yo sabía un par de cosas:

    A. Sabía que yo era un convencido «derechista» — sabía que me gustaba la idea de lo que era «derecha», pero yo no sabía realmente cómo encajaba todo. Sencillamente, yo era un reaccionario, sin una base para poder decir «esto es así por esto y lo otro.» Yo simplemente me limitaba a reaccionar contra lo que veía mal o inmoral o socialista, pero no sabía realmente por qué me molestaba. Sabía que, por ejemplo, cuando en el curso de orientación e introducción a la universidad nos decían que había «homofobia» y «racismo» y que «todos somos iguales absolutamente», sentí asco porque no lo veía así: veía que todos éramos distintos, distintas formas de hablar, comportarnos, vestirnos, pensar, rendimiento académico, valores, et cétera. Veía a los americanos y a pesar de que me caen bien, sabía que yo no era como ellos, que no era posible tener el mismo sentido del humor ni los mismos valores o comportamientos en todo. Es cierto señores: sólo me americanicé en mis valores políticos y forma de estado, pero no en lo cultural – eso nunca.

    Realmente, los americanos derechistas del campus tenían mucha simpatía por mí y gran admiración por mis ideas siendo el único europeo que defendía esos valores en ese campus. Quizá se esperaban topar con un Bardem o un Almodóvar y vieron que al contrario, se toparon con Cánovas. Lo digo así en esos términos para que podais entender cómo fue el inicio de mi carrera política y pública.

    Sentían esa admiración al ver que yo, un individuo delgado y pequeño (sobre todo para el patrón anglo-sajon de estatura), un hombre bajito, se sublevara contra lo políticamente correcto que nos asfixiaba y eso les causaba asombro. Por primera vez en 30 años, mi campus pudo reiniciar la gran discusión sobre el maldito y trágico legado del ’68. Algún día os contaré más.

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