Cuando yo estudiaba Relaciones Internacionales y Economía en la Universidad de Columbia, Columbia era una las mejores instituciones de educación superior en el mundo. Mis primeros años universitarios fueron una experiencia mixta. Además de ver muchas carreras estúpidas como «Estudios de la mujer» o la denominada «teoría queer» (estudios homosexuales), existía una animosidad generalizada entre los estudiantes de diferentes orígenes raciales y antisemitismo (contra Israel) extendido en el departamento/facultad de MEALAC (Culturas y Lenguas de Oriente Medio). La vida estudiantil se organizaba a través de las hermandades, aunque esto no era tan evidente en Columbia como en otras universidades americanas. Las hermandades, como Alpha Beta, a menudo degeneraban en clubes dedicados al consumo excesivo de alcohol y glorificaban, a veces, los actos vandálicos insensatos. Esto era especialmente cierto en las hermandades de los «latinos» y negros. El mayor grupo estudiantil para no-blancos en Columbia se llamaba la Organización de Estudiantes Negros (BSO – Black Student Organization), y se enfrentaron con otros estudiantes de otros orígenes en una batalla casi diaria. Debido a que Columbia sigue padeciendo la enfermedad de la herencia de 1968, la policía fue incapaz de evitar los enfrentamientos y los agresores se aprovecharon de la situación. Esto fue particularmente evidente cuando Ann Coulter vino a visitar a Columbia en el año 2000, así como Dinesh D’Souza. Escribí un editorial en el Columbia Spectator, el periódico estudiantil, denunciando las tácticas agresivas de la izquierda para cerrar los eventos y silenciar a los oradores derechistas.
Más importante, sin embargo, muchos estudiantes de Columbia eran-y son-Judios, y mientras algunos de ellos se identificaban por las líneas religiosas, muchos estudiantes de la MSA (Muslim Student Association) y algunos otros grupos minoritarios despreciaban a estos identificables y competidores de gran éxito incluido, cómo no, el profesor Joseph Massad y otros radicales pro-islamistas empleados por MEALAC. Yo era alumno de Joseph Massad y los enfrentamientos entre él y yo en clase eran habituales, hasta tal punto de que me acusó de ser un asesino pro-israelí y yo afirmé (y afirmo) que Joseph Massad es un terrorista que debería haber sido identificado por el gobierno federal de los EEUU, debido a sus actividades sediciosas. Gracias a mi labor, el FBI llegó a fichar a Joseph Massad y pudimos ver el nacimiento de un famoso vídeo sobre el extremismo de este profesor: Columbia Unbecoming.
Yo personalmente conseguí mantenerme al margen de algunos de los disturbios raciales y me abstuve de cualquier participación en la borrachera colegial o en cualquier acto de inmoralidad viciosa. Me centraba en mis empleos y trabajos, persiguiendo las muchas oportunidades que una ciudad como Nueva York ofrece. Además de todas las conferencias y seminarios de interés político, en mis primeros años participé en las actividades de la asociación conservadora de Columbia, fundada por el Sr. Ron Lewenberg. Este club nos puso en contacto con algunos de los principales intelectuales conservadores de los Estados Unidos, como el Sr. David Horowitz y el Sr. Daniel Pipes. Fue aquí que conocí por primera vez a la necesidad de preservar la Alianza Anglo-Atlántica y defender los principios de libertad y gobierno limitado en un entorno universitario radicalmente izquierdista y dentro de un plantel conocido por sus vínculos con comunistas radicales y otros parias de todo tipo. Se puede decir que gracias a mi labor, el clima social en el campus cambió radicalmente — por primera vez desde el año 1968, muchos alumnos empezaron a cuestionar abiertamente eso de la «igualdad» entre los sexos y razas, sobre todo medidas como la discriminación positiva. Por primera vez desde el ’68, los estudiantes de derechas, de dinero, y de raza blanca pudieron consolidarse como otra opinión más o menos unida en el campus. Obviamente esto no fue fácil: tuve que sacrificar muchas oportunidades profesionales para dar a conocer mis ideas y existía una alianza perversa entre los Chicanos, los homosexuales, la alianza lésbica, los ateos, las feministas, los negros y otros grupos «oprimidos» (en la jerga del campus).
Fue también durante este tiempo cuando algunos estudiantes me tacharon de «fascista.» De la noche a la mañana, llegué a ser, para muchos estudiantes, una personalidad fascinante, pero desconcertante. No está claro por qué este es el caso: quizás ¿porque yo era experto en el uso de la lengua inglesa para el activismo político? ¿Será porque conseguí destapar a la CSSN (Columbia Student Solidarity Network) y sus conexiones criminales y dí a conocer sus planes para utilizar la violencia y callar a un orador como el señor Dinesh D’Souza? Cualquiera sea la razón, y después de varios disparos de suerte sin éxito en mi contra por la izquierda más extrema y desagradable, yo estaba decidido a seguir adelante y continuar la lucha contra el socialismo y el adoctrinamiento socialista en el campus. Tuve un aliado entre el profesorado: Warner Schlling — que daba una clase llamada «Weapons, Strategy & War» (Armas, estrategia y guerra) una de mis asignaturas favoritas de Columbia. El señor Schilling llevaba dando clases desde 1950, era natural de Mississippí y quizá era uno de los profesores más exigentes: casi nadie podía aprobar su clase si no se la tomaban en serio. Este profesor fue uno de los pocos que durante la sacudida marxista del ’68, votó a favor de la entrada de la policía al campus y votó, en 1981, en contra de permitir la entrada de mujeres a mi universidad. Mi universidad, hasta 1981, era sólo para hombres y existía un código de vestimenta: chaqueta americana azul marino y pantalones, con zapatos de vestir y corbata color vino tinto. Todo eso se abolió a partir de 1981 y a mí siempre me pareció lamentable eliminar el código de vestimenta. Algunos alumnos de derechas seguimos con la tradición en protesta y acudíamos a clase vestidos de esa forma «anticuada» que muchos criticaban. Lo hacíamos para dar a conocer que éramos herederos de los que lucharon con la policía en 1968 ya que, en aquella época, la izquierda incumplió con el código de vestimenta y acudían al campus en vaqueros, pelo largo y con los bolsillos repletos de marihuana. Como dije en una entrada anterior, la izquierda siempre me ha parecido en ese sentido desestabilizadora.
Con el advenimiento de las redes sociales allá por el 2002-2004, yo iba a tener un impacto aún mayor sobre cómo se pensaba en el campus acerca de las diferencias de género, las relaciones raciales, y el nacionalismo. El uso de esta nueva red de comunicación restringida a los estudiantes de Columbia (CU Community — una especie de «facebook» sólo para nosotros), dí a conocer más mis puntos de vista a un círculo más amplio de personas. Mi irrupción contra la influencia omnipresente de algunos estudiantes musulmanes radicales tuvo serias consecuencias, tanto a mi favor como en mi contra.
**Estas anécdotas son fragmentos de mi libro biográfico: Alma Mater Columbia.** De momento, no he decidido si ponerlo en venta pero ya está disponible para el que lo quiera comprar. De vez en cuando pondré algunos fragmentos del libro y sin ningún orden particular aquí.
Alfredo, por curiosidad, ¿cual era el motivo por el cual no admitían mujeres en la uni? Aquí en España eso está mal visto por la progresía que pretende sacrificar calidad por igualdad pero no sé si eso se da en este caso.
Saludos
PD: Muy interesante tu bio, a mí me interesaría una copia. Mándame un mail a la dirección que te doy.
No admitían a mujeres debido a que la carta real anglicana de la fundación preveía que esa universidad en particular fuése sólo para nosotros los hombres, y preferiblemente de confesión protestante — en el siglo XVIII los católicos en EEUU eran visto, porque muchos lo eran, como quintacolumnistas y enemigos de la libertad.
Yo no creo que la calidad haya decaído por el hecho de admitir a las mujeres: cayó mucho por admitir al tipo equivocado de hombres y mujeres, consecuencias nefastas del 1968.
Sin duda sería interesante esa biografía Alfredo. Sigo hace tiempo tu blog que encontré por casualidad y sinceramente me encanta.
Saludos.
A veces tengo la sensación que de las grandes universidades de la costa este, sólo Cornell y en cierta medida Brown resultan ser moderadamente más «modernas» en su concepción.
Que no se malinterprete Alfredo, pero las otras, creo que aún hoy (y para distinción orgullosa), tienen mucho que ver con Oxbridge, en su cultura de la elite y del alma mater. Los lazos son muy fuertes a nivel de identificación socio-cultural y tienen una historia imbuida de tradiciones centenarias de dominio inglés. Los colleges, los legados, las asociaciones de alumnos, incluso la arquitectura son manifiestamente británicas en esencia.
Por otra parte, a mi siempre me ha parecido fascinante esa conciencia de grupo. Soy de la idea de que justamente por esos elementos es que Columbia y otras son parte del entramado WASP que sostiene a una enorme porción de la historia de Estados Unidos. Sería interesante preservar algo así, aunque el affirmative action signifique la ruptura de muchas tradiciones.
Sabe usted que ese elitismo no es bien visto en el mundo hispano, pero que además, jamás se desarrolló. Vea usted las grandes universidades españolas y las grandes sudamericanas y contemple como ese espíritu hace tiempo que fue desterrado, si es que alguna vez existió. Sólo queda la arquitectura y la historia, pero no el aire distintivo. En fin, una lástima…
Gracias Ariel. Espero que le sirva de algo el blog.
@Leak:
Totalmente de acuerdo: en el mundo hispano el elitismo está muy mal visto, lo cual es una pena porque si no fuera por cierto tipo de elitismo, sobre todo el del intelecto, no progresaríamos en nada.
Estoy de acuerdo también con lo que dice de la conciencia de grupo: eso es algo inexistente en la universidad española pero nosotros la tenemos, los que fuimos a Columbia y lo valoramos a la hora de que alguien busque un empleo y sea de la misma universidad, etc.
Claro que esas universidades son completamente herederas de la tradición inglesa…y eso es precisamente lo que las hace dignas de preservar, pues son un último vestigio de un mundo que, en el aspecto educativo, era mucho mejor que el de ahora.