Sobre Madrid

Madrid es una capital europea construida con premeditación y alevosía. Algunas ciudades tienen una atracción muy poderosa contra la que no puede combatir ninguna corte real. Londres no puede ser otra cosa que la capital del Reino Unido y París es el corazón de Francia. Pero Madrid con más claridad que cualquier otra capital muestra las huellas de haber sido establecida y debidamente señalada por la mano fuerte de un gobierno paternalista, y como los niños que sufren la desgracia de tener padres demasiado paternalistas, Madrid es una curiosa mezcla entre la anarquía y la insipidez.

Su grandeza fue impuesta por Felipe II. Algunos de los síntomas de los peligros que le esperaba se había visto en reinados anteriores. En fin, que Felipe II optó por elegir una zona «estéril» montañosa para la capital española y sede del imperio. Pero, ¿por qué? ¿Por qué no Lisboa o Salamanca o Sevilla? Si empezamos a conocer las características de este «rey monje» ya no necesitamos indagar más. Eligió Madrid simplemente porque era triste, desnuda y de una fealdad oftálmica. Me gusta Felipe II: Era un hombre austero, intenso y se alegraba de tener la capital más triste sobre la faz de la tierra. Después de un tiempo le parecía demasiado la vida y el carácter humanista que empezaba a brotar desde la capital y construyó el Escorial, uno de los ejemplos más ilustrativos de majestad y hastío que el mundo haya visto jamás. De alguna manera, esta enorme masa de granito ha actuado como un ancla que ha mantenido la capital a través de todos los años sucesivos.

El Madrid de Carlos III

Todo el que haya venido de paseo a Madrid conoce la Cibeles, Neptuno, y el Paseo del Prado. Para los afrancesados que me leen, reconozco que Madrid le debe a él, a Carlos III, todo lo que tiene de arquitectura «capitalina» y mejoría «cívica». El Conde de Aranda, educado en el extranjero, y liberal a lo francés, estaba en cierta medida liberado de las ataduras de la ignorancia y la superstición española de la época. El Madrid de Carlos III es un Madrid, ciertamente, señorial.

Características de Madrid

No hay nada «indígena» de Madrid – si ignoramos lógicamente los nuevos indios sudamericanos que pueblan nuestra ciudad. No hay un color local marcado. Es una ciudad de Castilla, pero no es una ciudad plenamente castellana, como por ejemplo Segovia, atada a una roca que parece más bien una ciudad que va hacia el naufragio sin esperanza. Quizás por eso sigan votando al PSOE, algo casi único en Castilla y León.

Cada vez más, Madrid está desprovista de un interés propio. Por razón de nuestra Historia y carácter excepcional, es el mejor punto de España para estudiar la vida española. Hoy, no tiene rasgos distintivos de población en general, sino que es un mosaico de toda la nación española. Cada provincia envía un contingente de su población. En el siglo XIX, los gallegos esculpían nuestra madera y extraían el agua, las mujeres asturianas venían como enfermeras para darle de mamar a los bebés, y los valencianos llenaban nuestros paseos con trajes brillantes, alfombraban nuestros salones y saciaban nuestra sed con la horchata de chufas. Decía mi tatarabuelo, en una carta escrita en 1890, que no era nada raro ver en cada calle el gorro rojo y los pies calzados «a lo catalán» (alpargatas valencianas) y que «en cada cafetín, contemplar la cara afeitada y la coleta del Majo andaluz.» Madrid no tiene su propio carácter en general, aunque es un espejo de todas las caras de la Península. Madrid es como el sinsonte de España, sin canción propia, pero que canta todas las notas que ha oído.

De siempre, Madrid ha contado con una población de extranjeros también. En el siglo XIX, los más numerosos eran nuestros inmediatos vecinos – los franceses. Aunque, no es menos cierto que como en aquella época no existían los complejos modernos, los extranjeros vivían entre el odio de nuestra población autóctona que los toleraba a regañadientes. Es curioso esto pero a mí siempre me ha resultado inquietante ver a la población «guiri» en Madrid. No, no se confundan: son de los pocos extranjeros que valoro pero al mismo tiempo me resulta inquietante que vivan aquí porque siempre he tenido un concepto poco internacionalista de España. En Nueva York nunca me resultó raro ver tanta mezcla pero aquí en Madrid siempre he tenido la sensación de una mezcla entre recelo y desconfianza hacia los extranjeros y sobre todo, hacia lo que conocemos como «el guiri.» En este caso, no tengo nada en contra de los asentamientos británicos en nuestra ciudad, ¡todo lo contrario! Pero simplemente me resulta bien raro, aún hoy, hablar con un guiri que lleva tiempo aquí.

Luego, una cosa buena que sí tiene Madrid es que hay una libertad de pensamiento poco vista en el resto de España. En Madrid todo el mundo tiene su foro y su sitio: desde la mujer más puta hasta el caballero más puritano, todo el mundo tiene un papel que jugar y sin cada una de esas piezas, Madrid no sería Madrid.

Siempre he dicho, también, que España, a diferencia de Francia o Reino Unido, nunca tuvo la suerte de contar con una clase dirigente de costumbres propias. A un aristócrata inglés siempre se le conoce debido a su forma de hablar, su comportamiento, y su idiosincracia ¿pero y Madrid? Desde los 1700s siempre hubo una especie de infección de costumbrismos extranjeros. Recordemos por ejemplo que incluso hasta la época de Franco, lo «civilizado» (sic) se consideraba ser un afrancesado: en lengua y en costumbres. Quizás por eso me sienta, a nivel personal, tan a gusto en ese otro Madrid – en el Madrid de los Austrias — un Madrid mucho más severo, medieval, rudo, y duro en muchos aspectos.

Sí, es verdad que no hay nada como pasearse por el Prado en un atardecer de otoño pero nada como tomarse el café cerca del Consejo de Estado en la C/Mayor, y es ahí donde vemos un pequeño microcosmo de una España que me gusta.

El Madrid de los Austrias y el Madrid castizo

Hay otra fase de Madrid, que es del todo agradable, lejos de la esfera cosmopolita y decadente del Madrid afrancesado de Carlos III. Hay un Madrid donde no hay ninguna pretensión de lujo – el Madrid de las tertulias. Sí señores, aún queda algo, todo es buscarlo. Aquí tenemos una faceta de la ciudad más de lo nuestro y más «autóctona.» Y es nada más y nada menos que las charlas sobre los acontecimientos trascendentales de la semana, y otros asuntos por el estílo. Uno aprende mucho en el Madrid de los Austrias, con su curiosa mezcla de jefes de administración, guardias reales desfilando a las 10 de la mañana, funcionarios de todo tipo, y lo que la izquierda llama «los jóvenes aburguesados» que tienen entre 25-33 más o menos y que, a diferencia de muchos, sabemos lo que es «vivir» la vida en todo su esplendor. Tenemos una nueva generación de jóvenes que cada vez más saben hablar inglés y tienen estudios superiores especializados. Pero es aquí que el «carácter español» se puede ver en su forma más atractiva. Casi todos los que conozco sabemos hablar inglés pero nunca lo hablamos, siempre optando por el castellano, y un castellano bastante duro o, si prefieren, grave.

Madrid es única en otra cosa también – considero, muy al pesar de los de Madrid sur, que no tenemos eso de los «suburbios» a lo París o Londres o Nueva York. Sí, es cierto que en los medios se habla de la «corona metropolitana» pero para mí Madrid es poco más que Madrid capital. Nos encontramos en un cuadro desolado de la tierra entre vientos residuales de las Castillas – en el norte, los aires fríos de Guadarrama nos proporcionan con el aire que tanto deberíamos valorar en Madrid por ser fino y frío, y en cada otro lado nos rodean barrancos superficiales sin muchos arbustos o árboles en una llanura monótona.

Supongo que la pregunta clásica sigue vigente para justificar mi decisión de no morirme en Nueva York y regresar a Madrid: ¡cuánto más fácil que es amar lo que tiene cuando nunca se puede imaginar algo mejor! La mayor parte de la gente de Madrid siempre acaba regresando tras vivir en el extranjero unos años. Incluso, hay algunos que nunca han salido de Madrid salvo a, por motivos de sus pecados personales, Vallecas o Carabanchel o cualquier otro sitio sucio y despreciable de Madrid y por supuesto que siempre agradecen regresar al Madrid civilizado con vida. Me compadezco, en serio, de tantos Londinenses y Nuyorquinos que parece que siempre están tan ansiosos de abandonar sus ciudades para venir a la nuestra. Al final pienso que nuestro aislamiento como españoles es una ventaja.

Como ya decía Browning: «¡vámonos al Prado!» a lo que yo añadiría: sí pero sólo un rato, que luego nos queda el Madrid de los Austrias y el ser español.

Buen fin de semana

10 comentarios

  1. Comparto su gusto por la severidad y rudeza del Madrid de los Austrias, mucho más que el Madrid de Carlos III, aunque también posee una belleza singular. Aunque pienso que a una persona amante del barroco pueda parecerle igual de atractivo un París decimonónico y romántico -al menos, la zona de la rive gauche-, si bien cada Presidente de la República ha tenido sus delirios de grandeza y aprovechado su gobierno para dejar su sello estampado en la ciudad, que a pesar de que ha adquirido ciertos aires provincianos y ya no es lo que fue en el siglo XIX, a mi juicio no ha perdido del todo su belleza.

    Me gustan algunas zonas de Madrid, especialmente la Plaza Mayor, la calle Mayor y la del Arenal, que parecen conservar esos rasgos de melancolía del Madrid antiguo. Y El Escorial, que he visitado ya varias veces, me parece una construcción grandiosa y digna de elogio, aunque el carácter ascético de Felipe II pueda no ser muy bien visto en estos días. En cualquier caso, sí que es cierto que Madrid es como un mosaico español, como un paseo rápido por la Historia de los cuatro últimos siglos, y no por eso me disgusta, pues andando por sus calles parece que se está caminando en el tiempo. Siempre, no obstante, sobre la alfombra de la modernidad.

    Saludos.

  2. valcarcel · ·

    Samuel: sí, es verdad que lo parisino tiene un encanto. Por ejemplo en la C/Juan Bravo de Madrid hay un palacete de estílo barroco, actualmente la Embajada de Italia. Sin embargo, a pesar de su belleza arquitectónica y típica casona, pienso que no encaja con el resto del ser de Madrid.

    Las calles que menciona son preciosas sí, a su manera. No hay un fin de semana que no me dé un paseo por esa zona – además que tengo la ventaja de ser de la zona.

    Mucha gente se olvida también de muchos tesoros «escondidos» en el Madrid de los Austrias. Es curioso pero no hay mucho turismo en la zona quitando la zona de Pza Mayor — quitando eso, es quizás una de las zonas más aisladas de Madrid y en parte me agrada. Una de las cosas que todavía mantenemos los españoles pero no nos damos cuenta del valor es lo costumbristas que seguimos siendo. El que no haya viajado a otros países no lo puede valorar pero supongo que sabe a lo que me refiero.

    Saludos

    FE DE ERRORES:

    Me dí cuenta que mi último párrafo salió troceado por un error de WordPress. Ya lo arreglé.

  3. Carles · ·

    Como valenciano acostumbrado a un ambiente mucho más marítimo y de playa, una de las cosas que más me llama la atención de ese Madrid que describes es ciertamente el carácter severo de una zona. No es difícil entrar en un bareto por la zona de los Austrias y quitando el tema de las teles y la tecnología, muchos sitios parecen estancados en el tiempo, muchos bares polvorientos, toscos e incluso algunos sin tele, donde te tomas el café o el vino de turno y hay un silencio inquietante, sin una sóla sonrisa de nadie.

    Hay algo que me llama la atención de lo que dices y es eso de que no hay una población característica de Madrid. Al no ser de por allí yo sí que noto que algo hay, otro acento y forma de hablar o pedir las cosas.

    ¿Quizás te referías a que no hay lo que es una «cara autóctona?»

  4. valcarcel · ·

    En parte sí Carles, porque hasta que España no tuvo lo de las grandes migraciones a las ciudades en los años 60, era mucho más fácil distinguir una cara castellana de una catalana por ejemplo – hoy en día estamos mucho más en contacto entre sí y entonces mucha gente tiene padres de zonas opuestas. En los pueblos todavía quedan algunas caras muy de allí pero en las ciudades lógicamente se perdió.

    No me refería tanto al acento porque sí es verdad que el minuto que hablas uno sabe si eres de Madrid o no – el acento madrileño es algo que muy poca gente tiene estudiado quitando los típicos y desafortunados tópicos del «ej que». No se reduce a eso – sí hay una forma de habla madrileña que los que somos de aquí conocemos casi al instante. También algo de carácter hay aunque quizás eso lo analizaré en otra entrada.

    A mi juicio, lo más bonito del Madrid afrancesado es el Pº del Prado por los árboles – una ciudad sin árboles es una ciudad sin alma.

    Pero, a pesar de esos lujos, soy mucho más aficionado del Madrid austriaco, precisamente por eso que ilustras del aspecto polvoriento y poco agradable.

    No sé, paseandome por el Prado a veces tengo la sensación de la faceta extranjerizante y traicionera a España por los Borbones. Sin embargo en la Pza Mayor ya cambia la cosa y es fácil imaginarse, porque ocurrió en la Historia, cómo rodaban las cabezas de muchos enemigos de España. No se puede justificar cada ahorcamiento o quema, y se cometieron muchas injusticias, pero cualquier nación que quiere mantener su grandeza para aquella época tenía por necesidad que tener ese toque sanguinario.

    El Madrid de los Austrias representa lo mejor de la esencia española legendaria por su brutalidad y al mismo tiempo nobleza sencilla y austera.

  5. Hay ciudades tan descabaladas, tan faltas de sustancia histórica, tan traídas y llevadas por gobernantes arbitrarios, tan caprichosamente edificadas en desiertos, tan parcamente pobladas por una continuidad aprehensible de familias, tan lejanas de un mar o de un río, tan ostentosas en el reparto de su menguada pobreza, tan favorecidas por un cielo espléndido que hace olvidar casi todos sus defectos, tan
    ingenuamente contentas de sí mismas al modo de las mozas quinceñas, tan globalmente adquiridas para el prestigio de una dinastía, tan dotadas de tesoros -por otra parte- que puedan ser olvidados los no realizados a su tiempo, tan proyectadas sin pasión pero con concupiscencia hacia el futuro, tan desasidas de una auténtica nobleza, tan pobladas de un pueblo achulapado, tan heroicas en ocasiones sin que se sepa a ciencia cierta por qué sino de un modo elemental y físico como el del campesino joven que de un salto cruza el río, tan embriagadas de sí mismas aunque en verdad el licor de que están ahítas no tenga nada de embriagador, tan insospechadamente en otro tiempo prepotentes sobre capitales extranjeras dotadas de dos catedrales y de varias colegiatas mayores y de varios palacios encantados -un palacio encantado al menos para cada siglo-, tan incapaces para hablar su idioma con la recta entonación llana que le dan los pueblos situados hacia el norte a doscientos kilómetros de ella, tan sorprendidas por la llegada de un oro que puede convertirse en piedra pero que tal vez se convierta en carrozas y troncos de caballos con gualdrapas doradas sobre fondo negro, tan carentes de una auténtica judería, tan llenas de hombres serios cuando son importantes y simpáticos cuando no son importantes, tan vueltas de espalda a toda naturaleza -por lo menos hasta que en otro sitio se inventaron el tren eléctrico y la telesilla-, tan agitadas por tribunales eclesiásticos con relajación al brazo secular, tan poco visitadas por individuos auténticos de la raza nórdica, tan abundantes de torpes teólogos y faltas de excelentes místicos, tan llenas de tonadilleras y de autores de comedias de costumbres, de comedias de enredo, de comedias de capa y espada, de comedias de café, de comedias de punto de honor, de comedias de linda tapada, de comedias de bajo coturno, de comedias de salón francés, de comedias del café no de comedia dell’arte, tan abufaradas de autobuses de dos pisos que echan humo cuanto más negro mejor sobre aceras donde va la gente con gabardina los días de sol frío., que no tienen catedral ni pueden albergar Juegos Olímpicos

  6. valcarcel · ·

    Sencillamente brutal Nairu — aunque pienso que esa descripción era más propia hace unos años…pero acierta en muchas cosas.

    Me alegro de verle por aquí después de tanto tiempo.

    Saludos

  7. Exacto, es una descripción de 1961, de Luis Martín Santos. Saludos y enhorabuena por el post. Te ha quedado muy bien.

  8. valcarcel · ·

    ¡Gracias Nairu! No sabía que usted me leía.

  9. santayana · ·

    Alfredo, tengo un amigo chileno que siempre me habla de esa aspereza de Madrid. Antes no me daba cuenta pero tras viajar sí que lo noto. Somos impacientes y demasiado nerviosos incluso con los turistas que se deciden entre qué pedir de un menú.

    Soy uno de los pocos gatos que hay en Madrid, madrileño de padres y abuelos madrileños y de Madrid capital. No tengo pueblo como casi todo el mundo.

    ¿qué opinas de lo que dijo hace unos días el Sabina de que eres madrileño el minuto que te bajas en Atocha?

  10. valcarcel · ·

    Hola Santayana:

    Lo que dijo Sabina es una estupidez, como casi todo lo que sale de su boca. Ni tanto ni tanto. Sí que es verdad que en Madrid normalmente, y considero que esto es bueno, no se le da demasiada importancia al lugar de nacimiento. Personalmente yo jamás le he dado importancia al lugar de nacimiento de una persona pero sí valoro los aspectos culturales. Nacer en un sitio determinado no te hace de una forma siempre y cuando sepas rechazar esa procedencia para convertirte en algo, a mi juicio, mejor. Hay gente que nace en un sitio determinado por pura casualidad y que jamás han vivido ahí.

    Yo tampoco tengo pueblo, y nunca he querido tenerlo. Más que nada porque jamás podría vivir en un pueblo rural. Madrid en sí tiene su aspecto pueblerino en el buen sentido de esa palabra aunque los bloques de edificios en tantas nuevas zonas han mutilado un poco esa imágen.

    En mi zona todavía hay casonas, las típicas casonas castellanas, de poco lujo pero muy medievales y toscas, muy aptas para tomarse un vinito de mesa, barato, en una noche fría acompañado de una cena ligera.

    Somos impacientes con los indecisos porque no nos imaginamos que alguien pueda tardarse tanto en decidir si quiere un vino o una cerveza.

    A pesar de no tener unos rasgos muy distintivos de población, algo ha quedado en las zonas de Vallecas y Carabanchel o Usera (al margen de los inmigrantes sudamericanos). En esas zonas, antes de la llegada de delincuentes foráneos, vivían los delincuentes macarras de los 80, normalmente hijos de campesinos andaluces, simpatizantes de la izquierda.

    Supongo que a nivel de comparación, aunque sea un poco cutre y desafortunada, posiblemente nuestra versión del «WASP» en EEUU sea el de origen castellano – castilla es para España lo que Inglaterra es al Reino Unido, pobreza aparte, ya que Inglaterra es rica y Castilla es pobre. Pero nadie puede entender a España sin entender lo castizo – Castilla hizo a España y España deshizo a Castilla, que decía un ilustrado cuyo nombre olvido.

    Saludos

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